La planta carnívora

AlekSandra
conservation

Cada mañana, las hojas de la planta carnívora esperaban pacientemente a su primera víctima del día. Un aroma dulce y traicionero, casi imperceptible para los humanos, atraía a las desprevenidas moscas y escarabajos hacia sus fauces. No era un cazador agresivo, sino más bien un depredador paciente y astuto, que confiaba en su trampa letal. Las hojas, con sus bordes dentados, se cerraban como mandíbulas en cuanto la presa tocaba los pequeños pelos sensibles.

Ese día, sin embargo, algo inesperado sucedió. Un abejorro grande y de colores brillantes, atraído por el dulce aroma, se acercó cautelosamente. Pero en lugar de aterrizar en las hojas, se posó en una flor cercana. Con una inteligencia inusual, ignoró la trampa mortal de la planta. Con un zumbido, extrajo el néctar de la flor y se alejó, dejando a la planta carnívora con sus fauces abiertas y vacías. Por primera vez, el cazador se quedó sin su recompensa matutina.